EL APEGO
La autora admite que, "en psicoanálisis, la genitalidad se ha asimilado con la madurez y la heterosexualidad, con una resolución saludable. Sin embargo, cuando pensamos un vínculo deberíamos considerar la cualidad del mismo, antes que las condiciones de género de cada miembro”.
Por María Casariego de Gainza *
José está en el hospital de niños, abandonado, con desnutrición, se plantea la urgencia emocional y afectiva por conseguirle una familia que lo adopte. Posibles adoptantes: una pareja absolutamente comprometida con el bebé y una segunda pareja que plantea la necesidad de tiempo para pensar, ya que la decisión era adoptar una nena. Quienes tienen a cargo la decisión legal (¿burocrática?) deciden esperar a esta segunda pareja. ¿Las razones?: la primera pareja estaba formada por dos hombres; la segunda pareja cumplía con los requisitos: heterosexual, legalmente casada. El que no pudo esperar la decisión fue José. Mientras se discutía en despachos y consultorios si una pareja homosexual podía adoptar o no un niño, podía ejercer o no la función paterna y materna, José murió.
Este relato doloroso es uno de los tantos que escucho en mi práctica como psicoanalista. La situación de descuido surge desde el prejuicio, aun cuando están en juego decisiones que involucran la vida y las emociones de los seres humanos.
Cuando hablamos de función materna, ¿está dada por la biología? Cuando hablamos de función paterna, ¿estamos pensando en la función que ejerce un padre en una pareja heterosexual? Si la heterosexualidad de una pareja fuera el reaseguro de la sexualidad “normal” de los hijos, ¿cómo se explica que de estas parejas puedan surgir hijos homosexuales? ¿Qué esperamos en la evolución de un niño cuando fue abandonado en una primera instancia, al ocurrir su nueva inserción en una familia?
Conviene plantear la institución familiar como una garantía (ilusoria) de permanencia; un lugar (ilusorio) de seguridad. Pero, ¿de qué familia hablamos? De aquella en donde lo que se mantiene invariante para un niño es la asimetría que le asegure la supervivencia y el desarrollo de su psiquismo: no de la familia sacramental.
Lo que formará el psiquismo es la identificación con los aspectos inconscientes; las fantasías que acompañen la modalidad de relación serán lo que finalmente predomine. Nos podríamos sorprender si analizáramos las fantasías inconscientes de algunos que forman familias legales, sacramentales y heterosexuales.
En psicoanálisis se ha tomado una postura normativa sobre la elección de objeto: la genitalidad se ha asimilado con la madurez y la heterosexualidad con una resolución evolutiva, favorable y saludable. Sin embargo, una pareja heterosexual, a la hora de relacionarse, puede hacerlo de muy diversos modos: cuando pensamos un vínculo, deberíamos considerar la cualidad del mismo, antes que las condiciones de género de cada miembro. La modalidad de vínculo entre personas de un mismo género no tiene por qué ser disfuncional, y más de un vínculo heterosexual sí lo es. Un intercambio que se presenta como “genital maduro” puede ser otro en el nivel de la relación objetal interna.
La teoría del apego, que postuló John Bowlby (La separación afectiva, Vínculos afectivos: formación, desarrollo y pérdida y otros textos), localiza la sexualidad en una relación donde está en juego la calidad de los vínculos afectivos y no la singularidad de los sujetos en cuestión. Desde esta teoría, la patología es el resultado de la vulnerabilidad y de los factores de riesgo a lo largo del ciclo vital; las vicisitudes de la sexualidad son un factor secundario a esta ecuación.
Las eventuales respuestas patógenas de los padres, en su incapacidad de responder empíricamente a las necesidades del self infantil, vulnerable e inmaduro, serán las que producirán un colapso y desintegración en el niño. Peter Fonagy afirma que el niño tiene la oportunidad de encontrarse a sí mismo en el otro: el niño construye una imagen de sí mismo a través de la forma en que los padres se esfuerzan en comprenderlo y entenderlo. Esto es absolutamente independiente de la identidad sexual de los padres.
En muchos niños que están en instituciones, a la espera de la decisión legal para ser adoptados, el abandono primario fue generador de ansiedades terroríficas de aniquilamiento, y lo que puede darles marco de contención es la posibilidad de relacionarse con figuras de apego que pudieran reparar la ansiedad originaria provocada por la separación inicial.
Para la teoría del apego, lo que modela la interacción entre un niño y sus padres es un modelo relacional que se internaliza convirtiéndose en una estructura interna, que funciona como mapa cognitivo. En este mapa se irán insertando, a lo largo de la vida, sus distintas relaciones vinculares. La calidad de los cuidados parentales resulta así de fundamental importancia para la salud mental de un niño. En un ambiente seguro, empático y de contención se podrá crear un modelo vincular de apego, lo que permitirá a ese niño pararse como un futuro adulto seguro. Cuando algunas de estas condiciones se rompen, el apego pasa a ser inseguro, generando un adulto que se ubicará ante el mundo con una vivencia de apego inseguro, en sus modalidades de apego inseguro evitativo y de apego inseguro autosuficiente. Por lo tanto, no es la biología lo que determina la capacidad mediadora de una madre y tampoco la condición de género lo que habilita a ejercer la función materna.
Desde esta teoría, el apego es una pulsión que aparece en el nacimiento, pero se hace observable a partir de los seis meses. Desde allí hasta los dos años se crearán las potencialidades para el vínculo de apego primario. Esta función no es cerrada: podrá modificarse a lo largo de toda la vida; el apego secundario se considera muy importante por las posibilidades de reparación de un vínculo de apego primario fallido.
Lo masculino y lo femenino se juega en cada uno de nosotros, esto ya lo planteó Freud en su concepto de bisexualidad. La bisexualidad constitutiva se jugará en cada encuentro de pareja de distintas maneras, independientemente del género, por lo cual jamás podría sostenerse que un niño criado por una pareja homosexual hubiese de elegir linealmente ser homosexual. El eje que importa será el juego de roles que establezca esa pareja; la manera en que cada uno juegue lo femenino y lo masculino determinará las posteriores elecciones de un hijo.
Es un desafío para nuestra sociedad pensar los prejuicios por los cuales se ha llegado a dar prioridad al género por sobre lo vincular. Es también una asignatura pendiente, con tantos niños que fueron privados de un hogar donde hubieran podido ser cuidados en un marco seguro. Es así esta presión social lo que ha constituido un verdadero obstáculo.